martes, 30 de junio de 2009

VOLVER A PENSAR...

El sentido de las expresiones...

-la escuela debe cambiar también para acomodarse a la nueva realidad.
-las personas, como seres biológicos, nacen, pero como seres sociales, se hacen.
-Las propias relaciones con los padres son muy débiles .

-Interpretarlas y sintetizarlas acorde al recorte.
-Elaborar un pequeño texto personal en donde se explicite la relación:
Niños-Familia-escuela-
Puedes ir a la Biblioteca y seleccionar algún libro que fundamente el trabajo

LA INFANCIA HOY

(A la búsqueda de algunas características y de sus consecuencias para la escuela)

Es un lugar común entre profesores, padres y sociedad en general, que los niños han cambiado mucho, que no se parecen nada al modo de ser niños que tuvieron sus padres. De ello suele deducirse que la escuela debe cambiar también para acomodarse a la nueva realidad. Si bien esta segunda afirmación no puede aceptarse sin más, porque podría darse el caso de que la escuela tuviera, no tanto que acomodarse a los cambios, como que ejercer de contrapeso de los mismos. En todo caso, es seguro que si son ciertos los cambios en la infancia, profesores y padres debemos tratar de conocerlos lo mejor posible, con el fin de saber ante qué nueva realidad estamos, de modo que podamos pensar sobre nuestra tarea educadora conociendo mejor un aspecto tan importante como este. El conocimiento de la infancia que se les viene dando a los maestros es casi exclusivamente de carácter psicológico. Los maestros estudian acerca de las condiciones generales del aprendizaje y las etapas del desarrollo. Estos saberes, que pasan por ser universales , no son suficientes para caracterizar adecuadamente a los niños de hoy. Incluso algunos psicólogos dirigen actualmente su mirada, no tanto a los cambios que se producen en determinados momentos, como a lo que ocurre en la vida cotidiana de los niños (PALACIOS, HIDALGO y MORENO, 1998, p.71).
Sabemos que las personas, como seres biológicos, nacen, pero como seres sociales, se hacen. Nuestros niños de hoy crecen en circunstancias muy diferentes a las que conformaron a sus padres y a sus maestros, y es en ese contexto de crianza y desarrollo donde están las causas de ese modo de ser que, cuando menos, nos preocupa. Y nos preocupa porque nos extraña, en el doble sentido de que no nos reconocemos, como niños que hemos sido, en su manera de ser, ni tampoco, según nos parece, su modo de estar sea el que corresponde a lo que exige la institución escolar que tenemos. Lo primero será pasar revista, aunque sea someramente, a ese contexto en el que, dicho de una manera un tanto fabril, tiene lugar la producción de nuestros niños. Evidentemente, tendremos que recurrir a un cierto nivel de generalización, porque, en último extremo, es decir, al nivel de cada individuo particular, las circunstancias más concretas son particulares y, por lo tanto, irrepetibles.


LA FAMILIA -

Se ha reducido notablemente el contacto directo con varias generaciones de adultos , tal como ocurría en la familia troncal extensa. Hoy los contactos familiares se realizan con pocas personas, en número y en variedad. Esto ha de tener consecuencias para el mantenimiento de ciertas tradiciones que en otro tiempo resultaban cohesivas para el grupo. No sólo por esta sino también por otras razones (televisión, por ejemplo), los niños están hoy privados no sólo de unos contenidos que portaban innumerables valores morales, no todos ellos necesariamente superados hoy, sino de socializarse mínimamente en el tiempo lento y reposado del regazo de un abuelo que cuenta. Los mismos padres actuales, a veces hasta los propios abuelos, pertenecen ya a unas generaciones en buena medida desarraigadas, estando ellos mismos sometidos a procesos de aculturación tan rápidos como agresivos, siendo vertiginosa y acríticamente enculturados en una cultura global y desestructuradora. El orden jerárquico de la familia tradicional que, entre otras cosas, impregnaba la casa en la que los niños crecían de un gran respeto por las personas mayores, ya no forma parte de la experiencia vital de los niños. Es más, sus vivencias se han vuelto más bien del lado contrario, el de la relegación de los viejos a la consideración de estorbo (GARCÍA MARTÍNEZ, 2002) -
Las propias relaciones con los padres son muy débiles en muchos aspectos. En primer lugar, el trabajo de los padres, particularmente en el ámbito urbano, aunque también en el rural, en la medida que muchos padres ejercen trabajos no agrícolas o ganaderos, sino en otros sectores, ha disminuido considerablemente el tiempo de estancia en el hogar. Y no sólo eso, sino que, como consecuencia de otros factores (hay que volver a mencionar la televisión, pero también el ritmo temporal de la vida cotidiana), las relaciones no sólo se dan pocas veces, sino con poco tiempo, lo que dificulta el desarrollo de una buena comunicación La comensalidad, o, lo que es lo mismo, el tiempo que se está en la mesa para comer y hablar mientras se come, es hoy muy escasa. No a todas las horas es posible reunir a padres e hijos alrededor de la misma mesa, ni, cuando esto se produce, se dispone de un tiempo pausado en el que el hablar sea tan importante como el comer. Con frecuencia ese tiempo está, además, "parasitado" por la presencia de la televisión (PALACIOS, HIDALGO y MORENO, 1998, p. 81)

El trabajo de los padres es, en gran medida, desconocido. Muchos niños no conocen el lugar concreto donde trabajan sus padres, ni tienen una idea de los conocimientos y las habilidades que éste requiere, así como de sus dificultades. Estos no son asuntos que se traten en su presencia y con su participación. El concepto tradicional de "casa" ha desaparecido. Hoy, fuera del piso en el que habitualmente se vive, un niño no es reconocido por su pertenencia a una familia, a una casa, sino por su nombre propio. Antes un niño era depositario, y, por lo tanto, responsable, de una identidad familiar que le obligaba ante la sociedad y ante la propia familia. Hoy, los niños, fuera de casa están "sueltos". Su conducta no está estrechamente ligada a ningún patrimonio moral familiar. Esta falta de elementos de cohesión trae consigo el sentimiento paterno de la necesidad de asegurarse el afecto de los hijos mediante lo que Mariella Doumanis ha denominado (y tratado) magistralmente como un exceso de ofrecimiento , y una debilidad en las imposiciones básicas más razonables. Sabemos, por ejemplo, que sólo un 26% obliga a sus hijos a comer lo que les ponen en la mesa (PALACIOS, HIDALGO y MORENO, 1998, p. 81).

Por su parte, los hijos utilizan esta situación de manera muy eficaz, aunque inconsciente, para desarrollar una actitud de demanda ante los padres, prácticamente sin límites. No sólo resultan insaciables a la hora de pedir y recibir, sino que están muy poco dispuestos a la colaboración en las tareas domésticas.